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miércoles, 6 de agosto de 2008

La Cifra Negra.



Un evento académico me había convocada a la ciudad de Lima. No recuerdo cuales fueron los temas abordados, pero de seguro que fueron jurídicos. Lo cierto del caso es que congregó, como ponentes, expositores, presentadores, inauguradores y demás personalidades, a las intelectualidades mas descollantes del país, así como también a funcionarios de las más altas esferas del sistema de administración de justicia. La sede era un lujoso hotel que prestaba todos los servicios cuyos gastos fueron sufragados por una ONG que auspiciaba el evento.
Abrumado por el sopor del verano limeño y la sosa charla del expositor de turno, decidí, antes de quedarme dormido en la butaca, recluirme en el cafetín (o como se llamen ahora estos lugares) en busca de una bebida helada. Para esto escogí el lugar más apartado del bar. A un costado mío, separado por una especie de tabique de madera finamente artesonado, se hallaba la zona “solamente para personas importantes” (zona “VIP” por sus iniciales en inglés). Sus ocupantes, quienes vestían muy formalmente trajes exclusivos y de marca, no habían reparado en mi presencia difuminada tras el biombo. Eran algunas de aquellas personalidades destacadas que reunidos en torno a una mesa venían conversando de lo más amenamente, pues de tanto en tanto el estallido de sus risas retumbaba en el ambiente vacío. Tengo dos defectos malsanos que no pocas veces me han generado algunos problemillas: uno es mi instinto irónico (si tal instinto existe) que lo confunden con el cinismo o la pedantería; y el otro es mi don de la observación (si se le puede llamar don). Precisamente jalonado por mi redomada curiosidad decidí quedarme a oír (la nitidez no podía ser mejor) aquella conversación, para saber que pensaban esos ilustres personajes a los que solo tenia la oportunidad de ver sus nombres reflejados en la carátula de un libro erudito, leer sus entrevistas en los diarios o escucharlos en la televisión. Para sorpresa mía el tema que los abstraía no tenía nada que ver con el evento, eran temas triviales, la formalidad había quedado en algún lugar entre el estrado y ese lugar. Al fin y al cabo eran de carne y hueso como nosotros los comunes mortales, expelían eructos y ventosidades, con toda seguridad. Eran tan igual a cualquier grupo de machos fanfarroneando sobre “las cosas de la vida”, sobre las hembritas, las trampitas y demás actividades machistas. Pero, no dejó de sorprenderme aún mas el lenguaje coprolálico que se empleaba, podrían haber hecho sonrojar al más desbraguetado inquilino de Lurigancho.[1]
De pronto alguien había hecho referencia a una “bajada”[2] practicada a su amante, como quién voltea la página de un diario o piden que le pasen la mantequilla. Ese fue el punto de partida para que otro afirmara, como una verdad de perogrullo, que todos alguna vez en su vida, si se consideraban bien machitos claro, habían participado de un aborto: “son gajes del oficio, compadrito, quién alguna vez no hizo abortar”. “Dios perdona el pecado, pero no el escándalo”. Fue lo último que escuche que alguno pontificaba, cuando caminaba de retorno al auditorio.
Físicamente estaba sentado en el auditorio, pero mi mente divagaba en muchas cosas. Realmente era cierto que muchas personas podían cometer delitos sin que sean tildados de delincuentes: acababa de comprobarlo personalmente hace unos instantes.
“El delito –como lo afirma el profesor noruego de criminología Nils Cristie- no es un concepto estático o fijo, y cuales acciones son consideradas delictivas varían históricamente y de una sociedad a otra”. En efecto una acción es etiquetada de delito arbitrariamente por el Estado a través del Poder Legislativo, este mismo poder puede dejar de considerar una conducta como delito: el ejemplo mas reciente en nuestra realidad es el Adulterio o el Desacato. Entonces delincuente sería, en términos criminológicos, la persona que ha cometido un delito.
¿Será cierto esto?. O sería mejor afirmar que delincuente es la persona que habiendo cometido un delito es descubierto y sancionado por el Estado. Claro en la práctica es así, de lo contrario todas aquellas personalidades que se ufanaban de haber cometido el delito de Aborto[3] serían delincuentes, pero no era así, por el contrario eran los adalides que desde diversos estrados y tribunas luchaban contra el delito y el delincuente, al menos eso se percibía en sus refinados y afectados discursos.
Esto último, la cantidad de delitos no denunciados, tiene relación con la llamada Cifra Negra de la Delincuencia. Las estadísticas oficiales en cuanto a las cifras delictivas se limitan a los delitos que son reportados o denunciados ante las autoridades competentes, pero esta información no es suficiente porque los delitos que no reciben este tratamiento pasan a formar parte de la cifra negra. Las razones por las que algunos delitos no son denunciados dependen de muchos factores y de la idiosincrasia del teatro social en los que tienen lugar. En la Criminología se afirma que sólo entre el 30 ó 40% de los delitos cometidos son denunciados, incluso hacen referencia a una especie de regla general: entre más grave es el delito, más se reduce la “cifra negra”; se dice que las víctimas realizan, antes de denunciar un hecho, un análisis de costo-beneficio, pues consideran que si la pérdida es pequeña, no vale la pena acudir a las autoridades y perder tiempo y dinero en inútiles papeleos, por ejemplo a quién le sustraen un televisor muchas veces le resulta mucho mas caro recuperarlo denunciándolo antes las autoridades que dejar impune el hecho y comprarse otro nuevo.
Pero esto no puede aplicarse de modo absoluto para todos los delitos, por lo menos no para el Aborto, a mi juicio, máxime en nuestra sociedad, son cuatro la razones más gravitantes para que los índices de abortos no denunciados sean muy elevados[4]: por temor o vergüenza a la investigación judicial, temor de perjudicar al autor cuando éste tiene una relación muy estrecha con la víctima, la denuncia puede afectar o perjudicar a la víctima y por la presión familiar y social de ser identificadas como víctimas de ciertos delitos que las estigmatizan y las hacen sentir humilladas.
Estas cuatro razones (o sinrazones mas bien) se condensan perfectamente en el refrán soltado a colación en la célebre charla del cafetín: Dios perdona el pecado, pero no el escándalo. Pero podría perfectamente quedar modificado del modo siguiente: Dios perdona el delito, pero no el escándalo.
[1] Es proverbial ya las lisuras proferidas por nuestro Cardenal Juan Luis Cipriano en una Escuela Técnica del Ejercito, de manera que no debería causar asombro que entre “machos” hasta los curas sean soeces y procaces.
[2] En jerga significa aborto.
[3] El Aborto en el Perú esta tipificado y sancionado, en sus diversas modalidades, en los Arts. 114 al 120 del Código Penal.
[4] En el mundo se practican 43 millones de abortos al año, el 90 por ciento en circunstancias inseguras, es decir, sin las condiciones médicas e higiénicas necesarias para llevarlo a cabo, sobre todo en países en desarrollo. Los abortos inseguros contribuyen el 14 por ciento de la mortalidad de las mujeres en el mundo; razón por la cual 82 mil mujeres mueren al año por esta causa (fuente: http://www.elsiglodetorreon.com.mx/).
En Perú hay 1,200 Abortos clandestinos por día (fuente: diario Trome del 24/07/2008).

miércoles, 16 de julio de 2008

Los Amores Tormentosos de Bolivar-


“La historia es la mentira encuadernada”.
Jardiel Poncela Enrique.

El tiempo es drástico. Quién no ha escuchado alguna vez en su vida esa frase. Si pues, el tiempo es inclemente con el aspecto físico de las personas. Siempre lo había tomado como algo que se dice sin convicción, por solo decirlo, como cuando soltamos un “hola cómo estas”, una frase hecha, coloquial. Pero nunca lo había comprendido, hasta ahora.
No recuerdo desde cuando se había implantado, imagino que ganado por la costumbre, las apoteósicas celebraciones de las bodas de plata de las diferentes promociones que habían culminado estudios secundarios en todos aquellos colegios que se arrogaban alguna tradición local. Por supuesto el Glorioso Colegio Ciencias no podía ser ajeno a esta costumbre, su reputación, que rebasaba incluso las fronteras patrias, tenía origen en su célebre fundador: Bolívar.
Cada promoción trataba de superar a su predecesora en ostentación y boato. Para esto se trataba, por todos los medios, que pudieran estar presentes aquellos condiscípulos que habían alcanzado el éxito personal. Esto se medía, como se estilaba en estos tiempos de la llamada “aldea global”, en el grosor de la billetera y las cuentas bancarias en las entidades financieras mas exclusivas. Pero ni siquiera el dinero era capaz de detener los estragos del tiempo. Ahí estábamos, casi todos con una prominencia abdominal que luchaba por salirse entre los botones de las camisas, algunas de marca, muchas de Gamarra. Ahí estaba el mas bacán de la clase, el que había enamorado a nuestra reina de belleza con el encanto de sus frondosos cabellos ensortijados, ahora con el sol de setiembre reflejándole en la calva, sin restos de aquellas hebras que parecían finos sacacorchos. Estaba también el mas lorna de la clase, a quién la fortuna le había sonreído en gringolandia donde contaba con una empresa de limpieza, escondido detrás de sus gruesas lunas, con la calvicie ganando piel a partir de la coronilla, pero, para sorpresa de todos nosotros, colgado –para colmo era chato- de una sensual morena de diminuta minifalda que dejaba ver su diminuto calzón (un hembrón, habíamos coincidido todos los compañeros sin atenuantes), todavía ebrio de la báquica borrachera que se había pegado la noche anterior, gastándole bromas pesadas a todo el mundo, como antes hacían con él. Por ahí andaba uno que había tentado con suerte en la política, a pesar de lo turbio de su mirada, quién tenía una sutil manchita, casi invisible, pero que ahora se había tornado en un enorme moscardón en la punta de la nariz que afeaba aún mas su rostro; sin embargo, a contrapelo de estos defectos, durante el desfile el locutor le había prodigado muchos elogios, como que era la representación viva del espíritu democrático de Bolívar. En fin los recuerdos y las anécdotas, salían a borbotones.
Precisamente guiado por los recuerdos y la nostalgia me aventuré a dar un paseo por el remozado colegio. Ahora me parecía mas pequeño que cuando estudiaba. Pero, a no ser por las muchas capas de pintura que se habían ido sucediendo en el tiempo, el colegio seguía igual, no había cambiado casi nada. Seguido por los ecos de mis pasos llegué al pabellón (¿Así se llamaban antes?) de los salones de Historia.
La historia es lo que se dice, pero quién te asegura que es lo que sucedió. Esa había sido la frase con que una mañana se presentó el profesor de Historia del Perú que reemplazaría al titular durante su ausencia en la semana. Los hechos no mienten –había continuado- pero la historia escrita si. Aquella mañana, para jolgorio de todos, se había corrido la noticia de que el profesor de historia había enfermado gravemente. Cuando estábamos a punto de volar al canchón a tirarnos la pera, se presentó el Auxiliar acompañado de un joven cuya cabellera, era muy evidente, se había resistido a ser peinado y que vestía un terno desgarbado. Personalmente siempre he creído que la historia oficial es aburrida porque es la narración sucesiva de los sucesos que sucedieron en el tiempo, pero mentidas sistemáticamente y que a la postre terminamos dándolo por cierto, de manera que su hipótesis me llamó la atención. El novel dijo muchas cosas aquella vez, entre ellas una batería de lugares comunes respecto a nuestros mas insignes héroes, pero lo que calo mas hondo en mi memoria fue lo referente a Bolívar. Fue honesto en declararse admirador del Libertador San Martín. Respecto del Argentino dijo que los hechos le habían dado la razón que lo que más convenía al Perú recientemente independizado era una gobierno de corte monárquico constitucional, esto habría evitado el caos y desorden interno y las guerras fraticidas por la toma de poder, que han sido una rémora para nuestro desarrollo, pero no confiaron en la buena fe del Libertador. Precisamente –afirmaba el historiador en ciernes- este fue el argumento para que Bolívar se ganara el aprecio de los Limeños, al fin y al cabo Lima era el Perú en aquél entonces; cuál habría sido argumento para que luego de la entrevista de Guayaquil San Martín dejara el campo libre para el arribo de Bolívar al Perú, como lo había venido planeando el venezolano desde hacía un tiempo atrás. Bolívar –espetó el suplente- es un hermoso mito creado por nuestros historiadores oficiales. Bolívar no fue un paladín de la Democracia, como se nos quiere hacer creer, antes bien fue un Tirano amañado, prueba de ello –levantó la voz dejándose ganar por la indignación- es la espuria Constitución Vitalicia, jurada el 9 de diciembre de 1826. ¿Saben qué? –nos preguntó sin esperar respuesta- No tuvo el más mínimo escrúpulo para dirigirle una carta a Gamarra, abogando por su propia Presidencia Vitalicia, afirmando que un presidente vitalicio era la inspiración más sublime de un régimen republicano. Tamaña patraña era una ofensa para el sentido común de los Peruanos. No me extraña el tenor de esa carta, –siguió discursando el profesor- pues desde antes de su llegada tenia un pésimo concepto de nuestros hermanos campesinos, los creía sub normales, truchimanes, ladrones, embusteros, falsos, sin ningún principio moral que los guíe; fue por eso que en 1826 derogó el Decreto dictado por San Martín el 27 de agosto de 1821 que liberaba a los indígenas de la vergonzante exacción que con el nombre de tributo pagaban los indígenas a la corona española. Hay muchas cosas más que indignan, por ejemplo el desmembramiento de mas de la mitad de nuestro territorio, aunque esa es otra historia –concluyó su discurso coincidiendo con la campana de final de clases-.
Recuerdo todo esto como si hubiera ocurrido ayer. Gran mérito del profesor aquél: decir la verdad desnuda en un colegio donde Bolívar era considerado algo así como un santo. A la mañana siguiente esperé en vano la presencia del reemplazante, alguien (siempre hay un soplón en clase), había ido con el chisme y el Director tuvo que cambiar de profesor: no se podían difundir ideas subversivas en un colegio de prestigio. Así sucede siempre, en tiempos de hipocresía cualquier sinceridad parece subversiva. Mucho tiempo después Herbert Morote (que saltó a la fama por denunciar haber sido plagiado por Bryce Echenique) destaparía estos hechos, además de otros (mas documentadamente claro), en su libro “Bolívar, Libertador y Enemigo Nº 1 del Perú”, el cual se los recomiendo si tienen curiosidad por el despedazamiento de nuestro territorio.
Y, que fue de los amores tormentosos se preguntarán. Simplemente el título. Un pretexto para atraer a los lectores. Creo que siempre nos hemos visto atraídos por lo sórdido, es como la miel para las moscas.